martes, 15 de junio de 2010

El nazismo era un movimiento revolucionario y su propósito consistía en destruir el orden existente. Qué reemplazaría este orden, era ya menos claro. Strasser y Peder propugnaban un Estado socialista; Roehm pretendía crear un inmenso ejército basado en las SA y bajo su mando. Hitler tenía por empeño obtener el poder y, como su voluntad prevaleció, la revolución nazi fue, simplemente, una lucha por el poder.
Hitler, no satisfecho con la Cancillería, pretendía un poder arbitrario y absoluto. Sólo en términos generales sabía, o le preocupaba, cómo podría utilizar éste y hacerse con él constituía un fin por sí solo. Durante la campaña electoral de febrero de 1933 se apercibió de qué carecía de programa, por lo que los argumentos utilizados a su favor hubieron de basarse en que el sistema existente había fracasado y debía ser reemplazado.
Tampoco tenía el Führer un plan lo bastante estructurado para obtener un poder sin control. Había llegado a Canciller, tanto por las faltas de otros como por su propia estrategia y continuaría observando una política oportunista. Estaba en la adecuada posición para poder destronar el Estado desde dentro. Pero su fuerza residía en su inquebrantable convicción de que triunfaría y su absoluta certeza de lo que quería. Los había que esperaban llevar a cabo reformas constitucionales o una estabilidad económica, destruir la unidad sindical, preservar las escuelas católicas o establecer la dictadura del proletariado. Reconocían que el poder era necesario para alcanzar sus objetivos, pero sus deseos o su voluntad de aferrado era una tenue sombra al lado de la voluntad de un hombre que buscaba el poder para su propia satisfacción.
Hecho por: Sebastián Gómez
Fuentes: Libreta de CCSS

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